lunes, 11 de octubre de 2010

ANIVERSARIO TORMENTOSO. Rock'n'Roll en el páramo perdido

Solo el buen humor, y la confianza en la diestra conducción de mi amigo Jesús, hicieron que la noche del sábado 9 de octubre no pareciera lo que parecía: una road-movie de terror de serie B. Pero vayamos por partes. Unos días antes, a eso de las ocho de la tarde, suena mi teléfono:
–Dígame
–Quillo, soy Jesús
–¡Ah, hola Jesús! ¿Qué pasa?
–Quillo, que el sábado tocan los SE-30 para celebrar su décimo aniversario ¿Vamos?
–Claro que sí ¿Dónde tocan?
–En el Harley, en Almensilla

Volvamos a ir por partes. SE-30 es una banda sevillana que versiona clásicos del rock de los 70’. Gran puesta en escena, mucha fuerza y buena ejecución. Cumplen diez años sobre los escenarios, a lo largo de los cuales, me ha tocado entrevistarles en varias ocasiones, y disfrutar del gran sentido del humor de sus componentes. Un bar llamado Harley Davidson Cyclopes –evitando problemas legales – parece un sitio perfecto para un grupo como SE-30. De hecho, lo es.

Lo que no es tan perfecto es la situación de susodicho bar. El Harley está en medio de lo más parecido a un descampado, junto a las obras de lo que –es de suponer– será una urbanización. Para llegar hasta allí, hay que dejar lo que aún podemos llamar carretera, para avanzar por un camino sin asfaltar, con varios desvíos de cabras posibles que terminan en camino de cabras. Con la señalización e iluminación propias de los caminos de cabras, claro.

Así, a oscuras, medio perdidos, y atravesando más cráteres que si estuviéramos en la Luna, a la idílica situación se unió la lluvia. Y allí estábamos, Jesús al volante y yo alegrándome de no tener carné de conducir, intentábamos capear el temporal a través de unos parajes de esos donde no entrarían ni los lobos, y casi de oído, porque la fuerte lluvia no nos dejaba ver más allá del morro del coche.
–Esto sí que es rock’n’roll –le dije a Jesús, que seguía pendiente de no caer en el enésimo falso desvío.
–Esto es heavy metal –me contestó. Que tampoco era cosa de tomárnoslo a la tremenda.

Por fin llegamos. No por nuestra pericia como exploradores, sino porque vimos los faros de varios coches dirigiéndose a la única senda que aún no habíamos probado. Luces a lo lejos, ecos de lo que parece música…
–¡Tiene que ser allí! –exclamó, esperanzado, mi voluntarioso amigo.

Efectivamente, era allí. ¡Habíamos llegado al Harley! El bar es, en realidad, la planta baja de una casa convertida en garito. Muy bien convertida, dicho sea de paso. Unos trescientos metros para unas trescientas personas, –no hace falta ser Pitágoras para hacerse una idea– techos bajitos y llenos de artilugios antiguos de todo tipo, la barra en un extremo y, en el otro extremo, el escenario.

Y sobre el escenario –unos cinco o seis metros cuadrados– la guitarra de Lito, la voz de Darío, el bajo de Ángel y la batería de “El Muten”. O sea, los SE-30. The Kins, Deep Purple, Led Zeppelin, AC/DC… La flor y nata del rock setentero, y algo del ochentero, pasaron por las tablas del Harley, de la mano de este cuarteto.
–Quillo, –me habló Jesús– esta gente, cuando formaron el grupo, se compraron el disco de “Esta noche cruzamos el Mississippi” y de ahí sacaron todo el repertorio… ¡pero que bien lo hacen!
Y así es. Pero además, estos tipos consiguen que sus versiones suenen a ellos. Hacen suyos estos clásicos, y conectan a la perfección con su público, que suele entregarse por completo.

A estas alturas, alguno estará preguntándose qué tiene que ver todo esto con un blog llamado Terminal Blues. Pero es que el blues terminó por aparecer, como algo inevitable –así lo creí siempre– en todo concierto de rock que se precie. Una banda rockera hasta el tuétano, podría parecer que malversa el blues, como un gaitero escocés tocando una sevillana. Pero tampoco esperábamos que sonara a Muddy Waters. Y sin bien el Hoochie-coochie man sonó algo aburguesado, es lo que lo tiene el blues cuando se convierte en rock… ¿no?

Llegó la hora de las acostumbradas invitaciones. La guitarra incendiaria de Sergio, las baquetas de “El Rocketa”, algún otro músico invitado cuyo nombre no oí bien… Y de repente, como en acción reivindicativa, el blues volvió a sonar a blues, gracias a las cuerdas de Nico León. Estilo, feeling y buen gusto. Pausas cuando hay que darlas, clímax y… por fin… la pentatónica reinó en el Harley.

A todo esto, sudor, humo y olor a costalero en un garito de ambiente Harley-Davisoniano. Se me ocurrió una peregrina idea:
–¿Y si salimos unos minutos a tomar aire?
–¿Tú ves la que está callendo?
–Bueno… mojados ya estamos
–Pues sí.

No ganamos la guitarra que se sorteaba, pero nos reímos mucho con los gritos de la afortunada. Fue una noche lluviosa, tormentosa, empapada en sudor y nicotina consumida. Fue una noche de rock’n’roll y algo de blues. Fue una noche en la que lo pasamos…
–¡Quillo, yo lo he pasado de puta madre!
–¡Yo también, tío! Oye… ¿Era en la rotonda a la derecha o a la izquierda?
–Tío… cambia tu nómina a un banco de esos que te regalan un GPS.

© Lucky Tovar