Historietas

Abro esta nueva página en el blog de TERMINAL BLUES, para poner en ella cosillas que de vez en cuando me da por escribir. Relatos cortos, historietas varias, pensamientos más o menos fugaces... Por supuesto, esta página estará abierta a la participación de quien quiera contribuir con sus propios escritos, para lo cual no tiene más que enviármelos a terminalblues@hotmail.com
Que la disfrutéis... o no.


¿POR QUÉ ME GUSTA EL BLUES?

¿Por qué me gusta el blues?
No lo sé. Tal vez sea por su fama de música de perdedores y para perdedores. Aunque lo cierto es que ya no queda nada de eso en el blues. Mística literaria, leyenda urbana y poco más. Ni siquiera las viejas leyendas que aún viven recuerdan, seguramente, aquellos aires de fatalidad que envolvía a los bluesmen de camino y motel de mala muerte.
A lo mejor es al contrario. Puede que sea verdad eso que dicen de la música. Quizás llega a ser algo tan fuerte que influye en cada aspecto de nuestras vidas. O tal vez sea que algunas vidas se dejan influir con facilidad. No hay manera de saber si es el perdedor quien escucha blues o es el blues lo que hace perdedores…

Esto no vale. Bórralo.
A mí me estaba gustando. ¿Por qué no vale?
¡Venga ya! ¡Es una vil copia de… ¿Cómo se llamaba aquella película?!
¿Qué película?
¡Aquella con John no sé qué! ¡El tío se preguntaba si escuchaba pop porque estaba deprimido o estaba deprimido por escuchar pop!
¿Qué más da? Tú hablas de blues.
Pero el planteamiento es el mismo.
Yo no lo veo así.
Ya. Por eso yo soy quien escribe y tú solo… ¿Qué haces tú exactamente?
¡Alta Fidelidad!
¿Qué...?
Esa era la película que no recordabas.
Anda, cállate.
¡Pues sigue!

No soy un perdedor corriente. Yo no me quejo de serlo. No creo tener derecho a quejarme de las consecuencias que yo mismo he ido buscando. Se podría decir que soy un perdedor vocacional. ¿Por qué no? Hay vocaciones para todos los gustos, gustos que merecen palos y palos que se agradecen aún sin ser conscientes de ello.

¿Te vas a poner filosófico?
¡¡Como si me pongo metafísico!!

Algunos tienen vocación religiosa, otros se sienten atraídos por el magisterio… Policías, bomberos, vendedores… Hasta hay suicidas vocacionales. ¿Por qué no iba a haber perdedores vocacionales? Es como un suicida más lento. Un tío que se quita la vida es alguien con sobredosis de vocación. Cuando sientes demasiada disposición hacia algo, terminas dándote cuenta de que no se puede llegar tan lejos como quisieras, y eso te frustra. Un perdedor vocacional no es más que alguien que siente esa frustración en dosis más pequeñas, y que se jacta de ello. Como si le gustara contemplar su propia muerte.

Ahora sí que estás copiando.
No estoy copiando.
Sí lo haces. Eso ya lo dijo otro.
¿Quién?
Silvio. Ya sabes… El rockero sevillano.
¿Dijo eso? Vaya.
¿Qué tal si vas al grano?
Tendré que empezar.

¿Por qué me gusta el blues?
Tenía doce años cuando, sin saberlo, escuché mi primer blues. Todavía estaba descubriendo cosas nuevas sobre mi padre, y una de las cosas que descubrí fue una vieja cinta de casete en su despacho. Para mí solo era una cinta con la foto de un trompetista negro. Pregunté a mi padre y él me dijo que era jazz. Tardaría mucho tiempo en descubrir que mi padre sabía de jazz tanto como yo. Me quedé con la palabreja.
Meses más tarde, ojeando el Boletín Informativo Discoplay, llegué a las páginas dedicadas al jazz. Como nunca le había regalado nada a mi padre por su cumpleaños, decidí encargar uno de aquellos discos. No tenía ni idea, pero llamándose ‘The All Star Jazz Band’ no podía ser malo. La cara de sorpresa de mi padre fue creciendo: media sorpresa al saber lo del regalo, sorpresa entera cuando vio el disco, y sorpresa suprema escuchándolo. Hoy sé que aquella última cara era más de incomprensión.

¿Y a ti te gustó?
¡Que me va a gustar! Encontraba algo diferente en aquella música, pero era demasiado…
¡Ey, no me lo cuentes a mí! Escríbelo
¡Eso intento, pero no dejas de interrumpirme!

Aquella música no se parecía a nada de lo que había escuchado, y eso me atraía. Pero era demasiado compleja para mi edad. Me di cuenta de que aquellas páginas del VIP ponían “Jazz y blues”. Hay que situarse en la época. Aún no teníamos Internet, y las emisoras de radio, al menos las que yo conocía, solo ponían un tipo de música; más o menos como ahora. No me quedaban otras que probar suerte, jugar a pinto pinto gorgorito o, en un alarde de intuición, leer los títulos de aquellos vinilos hasta encontrar uno con la palabra ‘Blues’.
Una reedición de ‘Stand Back’ de Charlie Musselwhite, una recopilación de un tal John Lee Hooker, otra de Etta James… Así no había manera. ¿Cómo iba a elegir un disco de blues sin arriesgarme a comprar uno de jazz por error? Hasta que por fin encontré algo. También era una reedición, en este caso de un disco publicado en 1958, pero su título no dejaba lugar a la duda: ‘The Blues’ de B. B. King.

Casi puedo verlo. Sería un gran momento para ti.
El verdadero gran momento fue cuando recibí aquel disco contra reembolso.

Corrí de Correos a mi casa, me encerré en mi cuarto, froté el borde contra mi pantalón para rasgar el plástico… Saqué el disco y, con el cuidado que se precisaba cuando se precisaba cuidado, lo coloqué sobre el viejo tocadiscos Elmer de un solo altavoz en la tapa. Elegí la velocidad, las treinta y tres revoluciones por minuto de los LPs. Con parsimonia casi ceremonial, llevé la aguja al comienzo del surco de aquel brillante vinilo negro.

Nada más empezar, ‘Why do things happen to me’. Lo primero que suena es la voz de B. B. Le sigue la banda, con esa exquisita sección de metales formando una auténtica cortina tras la voz; y en seguida, las primeras notas de guitarra. Aquella guitarra hablaba cuando no lo hacía el cantante, como ganando terreno poco a poco hasta llegar al solo. Una sola vuelta de la que tendrían que aprender muchos jovencitos alocados de hoy. Después vuelve la voz de King, que se vuelve a quedar sola para finalizar la canción y, rematando, como la mejor de las guindas, otra vez la banda y otra vez Lucille. A penas cuatro notas de aquellas cuerdas que se enredaron de forma irremisible en mi médula, para no dejarme jamás.
Volví a pinchar aquella canción otras cinco o seis veces antes de continuar con el resto de la grabación. Antes de descubrir la estremecedora ‘When my heart beats like a hammer’ que ocupaba el tercer corte del disco. ‘Cuando mi corazón golpea como un martillo’. ¡Que canción! Quien no se conmueve escuchándola, es que nunca has estado realmente enamorado.

¡Qué bonito! ¿De verdad fue así!
¡Anda ya! ¡Pero si tenía doce años! ¿Qué mierda sabía yo del amor, de los latidos y de las secciones de metales?

Pero entonces, ¿cómo fue?
Sí, claro. A ti te lo voy a contar.


© Lucky Tovar

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