TB estuvo allí

-Si quieres dejar algún comentario puedes hacerlo en el titular de la página principal-

EL BLUES TAMBIÉN SE COME
Un día con los amigos de Los Palacios
Lo del Tomate & Blues ya nos dejó claro lo que podíamos esperar de uno de esos pueblos llenos de buena gente, no porque lo diga en alguna guía turística de tres al cuarto, sino porque lo son y punto. Un pueblo que, a pesar de lo que ha crecido como todos, ha sabido guardar su identidad propia como pocos. Una gente que consiguen que un servidor olvide esa chorrada de "ciudad dormitorio" y vuelva a sentirse orgulloso de decir "vivo en un pueblo".
Me disponía a pasar un domingo normal, o sea, aburrido. El típico domingo tonto en el que no haces nada e intentas aguantar hasta la hora de dormir sin pensar en que mañana es lunes. Iba a ser mi domingo hasta que recibí la llamada de mi amigo Antonio:
-Quillo, que la Casa del Blues de Sevilla y la gente del Tomate & Blues han decidido ofrecerle una comida de agradecimiento y homenaje a los que colaboraron currando.
-Pues yo soy uno de esos -le dije- y tengo hambre.
Así fue como cambió mi espectativa de domingo mustio por la de domingo de diversión.
La cosa empezó con la prometida comida. ¡Qué comida! Ya conocía las excelencias de la huerta palaciega, pero uno puede tener muy buenos productos y no saber cocinarlos. Desde luego, no es el caso, porque el tomate frito, como el aliñado, como el cocido y el menudo, como el sopeado, como... En fin, que estaba todo como para ponerse bien y echar las siesta.
¿¡Sienta!? ¡No hombre, no! ¿Cómo íbamos a pensar en la siesta con la que se estaba preparando allí? Todos los homenajeados pensaban que Kid Carlos nos diera un bonito recital de su talento con su guitarra acústica, pero llegó Bob con su bajo.
-¡Anda, que si ha venido Bob, y trae el bajo!
También llegó Stefano Di Rubbo cargando con la batería
-¡Toma, el Stefano trae en la batería!
Y Alex Martínez desenfundó también su guitarra.
-¡Mira, el Alex se apunta también!
Y empezó la fiesta. Y empezó como tienen que empezar estas fiesta. Y todo el mundo se fue apuntando a este comienzo... como debe apuntarse la gente a este tipo de comienzos.
Carlos y Alex jugueteaban ya con sus guitarras a ritmo de shuffle. Se unió Bob y, cuando ya entraban en la segunda vuelta, entró Stefano con la contundencia de esos blues que caminan solos. Gritos de alegríua entre el respetable, meneo de caderas más o menos acompasadas pero todas entusiastas,y música. Y alegría; la alegría de quienes alguna vez sentimos el veneno de esa música que dicen que es triste. Menuda tristeza había allí. Se rezumaba alegría en dosis que muchos llamarían pecado. Alegría y fiesta. ¡Y qué fiesta! Desde las crías de Alex, una aún en el carrito que la otra dejó hace poco, hasta los más talluditos, todo el mundo bailaba, saltaba, cantaba y disfrutaba del blues, del tomate, del sopeado, del menudo... Disfrutaban como si lo fueran a prohibir.
Una pausa para el cafetito, no para olvidar la siesata que ya está más que olvidada, sino porque después de comer hay que tomar café, ¡que demonios!
A la vuelta siguió la alegría, la fiesta y las ganas de más. Volvieron los músicos, aquello se fue convirtiendo en jam-session... Me encantó el lugar que utilizaron para montar los equipos e instrumentos. Toda la nave del amigo Kale es un taller lleno de herramientas. Tras los músicos, a modo de fondo improvisado que si lo intentas preparar no te sale, era un estante lleno de martillos, destornilladores, alicates y todo tipo de artilujios que no sé nombrar... ni falta que hace. Alguien bautizó aquello como el "Herramienta Blues". Fue como aquellos conciertos en las granjas de la América profunda, solo que estábamos en la mejor Andalucía.
No quería que aquello terminase. No quería volver al cementerio al que llamo pueblo, al que llaman ciudad dormitorio, al que hay que empujar para que se mueva y solo se mueve en individualidades. La gente de Los Palacios, al menos la que tengo el honor y el placer de conocer, se une en proyectos comunes, arriman el hombro para algo más que lo de siempre, se organizan, se lo curran, lo llevan a cabo y... y vuelven a hunirse para celebrar el éxito. Y a este éxito invitan a otros que acabamos de llegar.
Gracias, amigos palaciegos. Gracias, apasionados de la buena música... que la cocináis de lujo.


TOMATE & BLUES
Éxito absoluto y los mejores de los anfitriones

Las espectativas eran altas: un lugar agradable, un día soleado, grande músicos, muchas ganas... También sabíamos que los anfitriones, el pueblo de Los Palacios, iban a hacer que el Tomate & Blues fuera un día de convivencia para recordar, pero todo fue a más. Cada uno de esos elementos se alinearon en un ascenso progresivo hasta hacer del encuentro el mejor de los encuentros.
La cosa empezó como tenía que empear. El tomate de Los Palacios empezó a rular para acompañar al par de cervecitas que ya teníamos en el cuerpo. Frito y con carne, o cortado y aliñado, la huerta palaciega demostró que es mucho más que fama. La gente iba llegando al Parque de los Hermanamientos y posicionándose en un buen sitio, cerca de la barra y no muy lejos del escenario.
Y llegó la música. Llegaron Mingo & The Blues Intruders, dejando claro por qué los asesores españoles los hemos elegido para representarnos en el European Blues Charllenge. Hicieron parte de su repertorio, casi cuarenta y cinco minutos, poniendo toda la carne en el asador, como siempre, a pesar de que era unas horas más tarde tocarían en Sevilla haciendo doblete.
Hablar de la banda de Mingo Balaguer intentando decir cosas que ya no se hayan dicho, es arto complicado, y sin embargo, no dejan de sorprender en cada ocasión, y eso que el Sol empezaba ya a hacer estragos. Como dijo alguien por allí, "Juan de la Oliva a la batería, Fernando Torre al bajo, Quique Bonal a la guitarra, Mingo Balaguer cantando y a la armónica, y San Lorenzo con los focos".
Después empezó la jam-session. Humildemente, la más complicada que a un servidor le ha tocado manejar. Casi cuarenta músicos se apuntaron para participar, cada cual con sus preferencias y todos con muchísimas ganas de mostrar sus maneras, muchos de ellos eran músicos locales. En Los Palacios no solo hay buena hortaliza, también hay buenos músicos, buena afición y muchas ganas. Sería largo, y trabajoso para mi memoria, tratar de nombrar a todos los que fueron pasando por el escenario.
Mención especial para los más veteranos, siempre dando grandes lecciones de blues en las tablas:
Julio Colín, Manuel de Arcos, Paco Martínez...
Pero también a unos chavales que nos dejaron a todos con la boca habierta, con esperanzas en el futuro de nuestro blues y con admiración infinita. Chavales de doce años, como los alumnos de Kid Carlos, Rafa y Fernando, que ya insiste en ser llamado "Blues Boy". Dos pequeños pero futuros grandes guitarristas que subieron al escenario con otros dos jovencísimos, el baterista manuel Díaz y el armonicista Fran del Río. Los cuatro, con el apoyo de Kid Carlos y Bob Grove hicieron las delicias del respetable y sacaron de su error a esos que van por ahí diciendo que el blues es cosa de viejos.

El momento "peculiar" de la jornada llegó con la aparición, sobre las tablas, de un grupo que se hacen llamar "Crusaders" (ya el nombre me debería haber escamado), y que no habían entendido bien la temática del encuentro. Tampoco entendieron la mecánica, ni las condiciones, ni el nombre de la asociación organizadora... Por no entender, ni siquiera entendieron que solo se les permitiran tres canciones (se le habían prometido solo dos), cuando dejaron claro que lo suyo no era blues. Éste humilde cronista respeta absolutamente todos los géneros musicales al margen del blues, y el heavy incluso formó parte importante de una etapa de mi vida, pero la mentira... Como trato siempre de no prejuzgar, no hice caso a su atuendo ni al nombre de su banda, y preferí creer lo que me dijeron de sí mismos: "somos un poco más rockerillos, pero hemos preparado algunos temas de blues". Tras mentirme ellos, y dejarme engañar yo, pretendieron, ya bajo el escenario, enseñarme lo que es la educación. En fin... cosillas que contar a los colegas y a los nietos. He de decir que este grupo no es representativo ni de la música, ni de los aficionados, ni de la movida heavy.
Lo más importante esta jornada de convivencia fue, además de la música, la convivencia en sí. Y es que, con una música como el blues haciendo de nexo hermanador, solo puede haber armonía y buen rollo; y poniendo tantas ganas los Luna (tío y sobrino), Kale y sus amigos, y la maravillosa gente de detrás de la barra (vaya manera de currar), la cosa no podía salir mal.
Los Palacios fue el lugar de lujo, los organizadores y voluntarios fueron los principales artífices, los músicos pusieron la guinda perfecta y todo salió... no como tenía que salir, sino mucho mejor.
Esto, amigos palaciegos y aficionados al blues en general, está pidiendo a gritos un festival, y alguien tendría que contárselo a la primera administración que tenga vista e inteligencia suficiente (seamos realistas, pidamos un imposible) para darse cuenta del tema: otros géneros musicales convocan ingentes masas de gente de condición inamovible, pero allí estuvimos más de dos mil personas, hasta entrada la madrugada, dispuestos a mirar bien a quien bien nos mire.

Esta foto fue tomada a las 12:30 horas, tres antes de que empezaran los conciertos.
El resto de fotos podéis verlas en nuestro facebook:
facebook.com/terminal.blues




_______________________________________________________________________________________________________




LITTLE BOY QUIQUE
El auténtico bluesman sevillano

Cuando uno asiste a muchos eventos musicales, por lo general se va quedando con el más reciente.
La última jam-session, el último concierto de tal banda, el último festival… El último momento vivido suele ser el más y mejor recordado hasta llegar al siguiente. Pero hay algunos que cuentan con los elementos necesarios para quedarse en el recuerdo de forma especial. Es ese rato que tendemos a rememorar en reuniones de amigos, charlas previas a otros eventos y crónicas como ésta.




A lo largo de bastantes años he tenido ocasión de ver muchos conciertos de Little Boy Quique. Ya sea en su habitual formato one-man-band, en el genial trío Bluesville del que formaba parte con Mingo Balaguer y Julio Colín, o en alguna de las jam-session a las que ha asistido, Quique nunca deja impasible a nadie. Tocando en la calle o en cualquier garito, pocos solistas acústicos poseen el poder de convocatoria de Little Boy.


Durante la presentación de su disco, “They call me Little Boy”, volvió a ocurrir. Pero este dignísimo representante sevillano del blues más genuino, tiene algo que no solo convoca público a su alrededor. Los mejores músicos de blues van a sus conciertos, disfrutan con su forma de interpretar la música y se enorgullecen de compartir escenario con él. Artistas de diferentes vertientes del blues, se esfuerzan en adaptarse a los sonidos rurales de Quique en un acto de merecida pleitesía.


Hablando con él, antes del concierto, le pregunté qué le parecía que mucha gente le nombrara como al auténtico bluesman sevillano. Me dijo que prefería considerarse, simplemente, como un músico de blues. Y es que Little Boy Quique cuenta, para colmo de virtudes, con la humildad de los grandes. Con esa sencillez que no se puede fingir, y que es sello indeleble de los más admirados artistas de los doce compases. Esa condición suya de servidor y amigo de la música, va más allá de los escenarios, y encuentra reciprocidad, tanto en quienes le escuchan como en la propia música. La música mira a Quique como a un amigo.




Después de nuestra breve charla, empezó lo bueno.
Quique se subió al escenario con la misma naturalidad con que se sienta a tocar en la calle, guitarra y armónica en ristre, y nos hizo disfrutar como siempre, pero más que nunca. Los cascabeles que ata a sus pies empezaron a marcar el ritmo, sus manos fueron entablando esa amistad única con las cuerdas, la armónica comenzó a sentir su aliento… Y sonaron las primeras muestras de su voz. Esa voz que, cuando vez la envergadura física de Little Boy, te preguntas de dónde demonios sale.


El salón de Café del Cine se abarrotaba de un público entregado, rendido a la evidencia. El pequeño gran bluesman estaba sonando como nunca. Era el repertorio habitual, él ponía las ganas de siempre, pero aquello no estaba siendo un concierto más de Quique. Era como si, de forma más o menos inconsciente, sus instrumentos y su voz nos gritaran a todos “aquí estoy yo y ésta es la mía”. Y así es, porque no todos los días asiste uno a la presentación del primer disco, primero, de un músico que lleva más de treinta años mostrando su talento, que se me antoja innato.




El principal artífice de que, por fin, podamos contar con un registro sonoro de la música de Quique, Pepe Delgado, no podía estar en la presentación. Estaba actuando con su trío en otro local, pero se las arregló para, nada más terminar su concierto, acercarse al acontecimiento. Con él, los dos componentes de Dienteslargos, Joaquín Pérez y Nico Bech, llegaron finalizando el primer pase de Quique.




No dudaron en subirse a las tablas, montar todo el tinglado y ofrecernos un segundo pase diferente, pero en el que Little Boy demostró sentirse igual de cómodo. Vimos subir al escenario a Kid Carlos, Manuel de Arcos, Ito, Rafa… Con Mingo Balaguer, flamante recién elegido para representar a España en el European Blues Challenge 2012, a todos nos pasaron por la cabeza aquellos momentos inolvidables con Bluesville en La Carbonería o en Casagrande blues-bar.


Con Pepe Delgado y Dienteslargos, la cosa se puso un poco más eléctrica, pero con el sabor innegable de aquel primer sonido del Chicago-blues. Sonidos limpios, no más percusión de la necesaria y, por supuesto, Little Boy. Porque, si bien el trío de Pepe está diseñado para muestras más boogie, para ritmos más acelerados y sonidos más contundentes, sabían bien que se tratada de acompañar al maestro Quique. Por un momento vivimos allí la mezcla perfecta. Un pasito de concesión de unos, otro pasito del otro, y vimos nacer de nuevo al blues chicaguense de los Muddy Waters, Howling Wolf y compañía.

Sin duda, una velada mágica de esas que se quedan en la memoria y vuelven a salir en conversaciones de amigos y aficionados… aunque por lo general uno tienda a quedarse con lo último vivido. Los miembros de la Casa del Blues de Sevilla pueden estar orgullosos de haber contribuido a la salida de este trabajo. “They call me Little Boy” es la plasmación digital de lo que ya sabíamos… nada menos. Y lo que ya sabíamos es que, por mucho que su humildad y sencillez se niegue a hacer alarde de ello, Little Boy Quique es el gran bluesman sevillano por excelencia.

Más fotos en nuestro facebook: facebook.com/terminal.blues
Ahí podréis también publicar cualquier comentario.